EXPLICACIÓN DEL ICONO SINODAL - I


1. La figura de Jesucristo

Jesucristo es el centro de la Iglesia. La Iglesia es sacramento de Jesucristo, prolongación sacramental de Jesucristo, y no se entiende sin Jesucristo.

Jesucristo es el centro de la evangelización ya que “no hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios” (EN 22).

Jesucristo es el centro de la liturgia y de la Eucaristía pues esta es memorial sacramental de la muerte y resurrección de Jesucristo.

Jesucristo es el corazón de la vida cristiana pues él es el camino, la verdad y la vida. Por eso san Pablo nos dijo: “tened los mismos sentimientos que tuvo Jesús” (Fil.2,5).

Recordemos estas palabras del Concilio Vaticano II:

“Jesucristo con su total presencia y manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, finalmente, con el envío del Espíritu de verdad, completa la revelación y conforma con el testimonio divino que vive con nosotros para liberarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y resucitarnos a la vida eterna” (DV 4).


2. La Palabra de Dios

“La palabra divina, que es poder de Dios para la salvación de todo el que cree (cf. Rm.1,16), se presenta y manifiesta su vigor de manera especial en los escritos del Nuevo Testamento” (DV 17). Por eso, “es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso a la Sagrada Escritura” (DV 22).

El Concilio Vaticano enseña: “es necesario que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo y los demás que, como los diáconos y catequistas, se dedican legítimamente al ministerio de la palabra, se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte “predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios, que no la escucha en su interior”, puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la  sagrada liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina” (DV 25). 

De igual forma el santo Concilio exhorta a todos los cristianos, en particular a los religiosos, a que aprendan el sublime conocimiento de Jesucristo (Fil.3,8) con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. “Porque el desconocimiento de las Escrituras es desconocimiento de Cristo” (DV 25).
           
Florentino Muñoz Muñoz